Según el criterio en que se haya basado esta distinción, se ha podido entender por latín vulgar el latín tardío, en cuanto posterior al de la época clásica; o el latín aliterario, en cuanto opuesto estéticamente a la alta calidad literaria del empleado en las obras clásicas; o el incorrecto, gramaticalmente discrepante de las reglas lingüísticas codificadas a partir de dichas obras, erigidas en modélicas en la enseñanza ya desde el s. I d.C.; o, con criterio sociológico, el latín del vulgo, generalmente mucho menos impuesto que el docto en el conocimiento y empleo de la corrección gramatical; o también él latín coloquial, usual incluso en boca de los mismos autores clásicos, en manifestaciones estilísticamente al margen de sus preocupaciones literarias (por ejemplo, el latín de la correspondencia amical y familiar del propio Cicerón, ofrece rasgos, como la especial frecuencia de helenismos, de diminutivos, etc., que, en cambio, están ausentes o son raros en sus discursos y tratados).
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