Durante el siglo XVII, el reino de Nápoles, entonces virreinato español, es el centro de una de las más fértiles escuelas pictóricas del barroco, con amplia influencia en toda Italia y estrechos contactos con lo español. El signo distintivo de la escuela napolitana ha sido siempre su fuerte carácter naturalista, su color caliente, con dominantes rojizos y castaños, y el cultivo, junto con el cuadro de altar, de un tipo de pintura realista que encuentra en ciertos tipos de naturaleza muerta, con peces y moluscos, su mejor carácter.
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