Prácticamente desde que el hombre comenzó a cultivar la tierra de forma continuada y sistemática, se apercibió de que para mejorar el rendimiento de sus tierras era preciso aportar determinadas sustancias a los suelos: los primeros productos empleados como abonos fueron los excrementos animales, la ceniza vegetal, procedente de la incineración de plantas, y el limo, lodo del fondo de ríos, lagos y pantanos.
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